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La soledad, ese sentimiento universal que todos hemos experimentado en algún momento de nuestras vidas, se ha convertido en un preocupante problema de salud pública a nivel mundial. La Organización Mundial de la Salud (OMS) alerta sobre la persistencia creciente de la sensación de soledad en la sociedad moderna, equiparando sus efectos con factores de riesgo tan graves como el tabaquismo, la obesidad o la contaminación. Esta situación ha llevado a la creación de una comisión especial de líderes médicos, entre ellos el cirujano general de Estados Unidos, Vivek Murthy, para abordar de manera urgente este desafío.
La soledad, según Murthy, no es simplemente una emoción pasajera; es una necesidad humana básica que, cuando no se satisface, puede tener consecuencias devastadoras para la salud mental y física. Murthy compara los efectos de la soledad en la mortalidad con fumar 15 cigarrillos al día, subrayando la gravedad de este problema. La experta en psicología clínica, Christina Ballinoti, respalda esta afirmación, señalando que la soledad puede generar problemas tanto mentales como físicos, a menudo pasados por alto.
El impacto de la soledad se ha acentuado durante la pandemia de COVID-19. El informe de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) revela un aumento significativo en el número de adultos estadounidenses que recibieron tratamiento para la salud mental durante la pandemia. El aislamiento prolongado contribuyó indudablemente a un incremento en los casos de depresión. El Dr. Gustavo Alva, miembro de la Junta Estadounidense de Psiquiatría y Neurología, destaca que las personas afectadas por el COVID-19 experimentaron no solo síntomas físicos, sino también síntomas mentales, exacerbando la probabilidad de problemas depresivos.
La soledad se ha manifestado de manera especialmente preocupante entre los jóvenes, con una disminución del 70 % en el tiempo pasado con amigos por parte de aquellos de 15 a 24 años. La falta de pertenencia a un grupo fuera del hogar, crucial en la adolescencia, ha llevado a un aumento en los índices de depresión, suicidio y autolesiones. El Instituto Nacional de Salud Infantil y Desarrollo Humano de los Estados Unidos ha confirmado un aumento en los suicidios entre jóvenes de 10 a 19 años, agravado por sentimientos persistentes de tristeza o desesperanza, alcanzando alrededor del 60 % de los adolescentes.
José Figueroa, de 68 años, representa la realidad de la soledad en los adultos mayores. A pesar de tener un hijo, confiesa sentirse solo, destacando cómo la falta de conexión emocional puede afectar a cualquier edad. La soledad, según Figueroa, va minando lentamente la vida y el destino de una persona, subrayando la necesidad crítica de abordar este problema.
Ante esta creciente “epidemia de la soledad“, la Universidad de Harvard propone campañas de educación pública a nivel nacional, estatal y local para concientizar sobre este desafío. Insta a la implementación de planes de divulgación más efectivos en escuelas, universidades y centros de trabajo. La propuesta es respaldada por la idea de que el gobierno debería comprometerse aún más con el servicio nacional para los jóvenes y tomar medidas concretas para abordar esta situación.
La soledad se ha convertido en un problema de salud pública que afecta a personas de todas las edades, con consecuencias que van más allá de lo emocional. La pandemia de COVID-19 ha exacerbado este desafío, destacando la necesidad urgente de abordar la soledad como un problema de salud integral. La conexión humana, esencial para el bienestar, debe convertirse en una prioridad en las políticas de salud y educación para combatir esta creciente amenaza global. La soledad no solo es un sentimiento, es un riesgo para la salud que todos debemos abordar colectivamente.
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